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Ciudad Acuña, Coahuila, México | 13 de Octubre del 2024

Discurso del presidente Obama en el 50 aniversario de la Marcha en Washington

A continuación una traducción de las palabras del presidente Obama en Washington el 28 de agosto de 2013 durante la conmemoración del 50 aniversario de la Marcha en Washington de 1963: (comienza el texto) LA CASA BLANCA Oficina del Secretario de Prensa 28 de agosto de 2013 DECLARACIONES DEL PRESIDENTE EN LA CEREMONIA “DEJEMOS REPICAR LA LIBERTAD” EN CONMEMORACIÓN DEL QUINCUAGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA MARCHA EN WASHINGTON

Monumento a Abraham Lincoln

3:07 P.M. EDT

EL PRESIDENTE: Familia King, que se ha sacrificado y ha servido de inspiración en gran manera, presidente Clinton, presidente Carter, vicepresidente Biden y [su esposa] Jill, conciudadanos estadounidenses.

Hace cinco décadas, los estadounidenses vinieron a este honorable lugar para reclamar una promesa hecha en nuestra fundación: “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres han sido creados iguales, que fueron dotados por su Creador de ciertos Derechos inalienables; que entre éstos figuran la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad”.

En 1963, casi 200 años después de que se escribieran estas palabras y un siglo después de que se librara una gran guerra y se proclamara la emancipación, esta promesa, estas verdades, continuaban sin cumplirse. Por ello hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, negros que ansiaban la libertad y blancos que ya no podían seguir aceptando su propia libertad mientras presenciaban la subyugación de otros, llegaron por miles desde todos los rincones de nuestro país.

Las congregaciones de todo el territorio los enviaron con alimentos y oraciones. En medio de la noche, los residentes de manzanas completas de Harlem salieron para desearles buena suerte. Con los pocos dólares que ahorraron de sus trabajos, algunos compraron boletos y abordaron autobuses, aún cuando no siempre podían sentarse donde deseaban. Aquellos que tenían menos dinero hicieron autoestop o llegaron a pie. Había modistas y obreros siderúrgicos, estudiantes y docentes, criadas y porteadores. Compartían comidas sencillas y dormían agrupados en un piso. Entonces, en un caluroso día de verano, se congregaron aquí, en la capital de nuestro país, bajo la sombra del Gran Emancipador, para dar testimonio de las injusticias, para pedir al gobierno que reparara los agravios y para despertar la conciencia de Estados Unidos, que por mucho tiempo estuvo dormida.

Justamente lo que mejor recordamos es el eminente discurso que pronunció ese día el reverendo King y la manera formidable en que expresó las silenciosas esperanzas de millones, y en que les ofreció un camino de salvación tanto a oprimidos como a opresores. Estas palabras perdurarán por generaciones, pues son poderosas y proféticas como ningunas otras en nuestro tiempo.

Sin embargo, debemos recordar que este mismo día también perteneció a la gente común, cuyos nombres nunca aparecieron en los textos de historia ni en la televisión. Muchos asistían a escuelas segregadas y se sentaban en restaurantes segregados para almorzar. Habitaron en municipios donde no podían votar y en ciudades donde sus votos no importaban. Eran parejas enamoradas que no podían casarse y soldados que lucharon en otros países por una libertad que les era negada en su tierra. Vieron cómo sus seres amados eran golpeados y cómo a sus hijos les echaban agua con mangueras a presión, y tenían todos los motivos para desatar su ira o para resignarse a un destino amargo.

Pero escogieron otro camino. Ante el odio, oraron por sus fustigadores. Ante la violencia, se levantaron y se sentaron con la fuerza moral de la no violencia. Por voluntad propia, fueron a prisión en señal de protesta contra leyes injustas, y sus celdas se impregnaron con el sonido de las canciones de libertad. Toda una vida de humillaciones les había enseñado que ningún hombre puede arrebatarnos la dignidad ni la gracia que Dios nos ha dado. A través de las duras experiencias entendieron lo que Frederick Douglass una vez nos enseñó: que la libertad no es otorgada; que debe ser ganada con esfuerzo, disciplina, persistencia y fe.

Este fue el espíritu con el que llegaron aquí aquel día. Este fue el espíritu que jóvenes como John Lewis trajeron en aquel día. Este fue el espíritu que llevaron consigo, como una antorcha, cuando regresaron a sus ciudades y vecindarios. Esta llama perenne de conciencia y valor les serviría de sustento en todas las campañas que vendrían: los boicots y campañas de inscripción de votantes y pequeñas marchas lejos del foco de atención, con la muerte de cuatro niñitas en Birmingham, en la masacre del puente Edmund Pettus, y en la agonía que sufrieron en Dallas, California y Memphis. Ante todos estos contratiempos y angustias y la tormentosa duda, ardió la llama de la justicia y nunca se extinguió.

Gracias a que siguieron marchando, Estados Unidos cambió. Gracias a esta marcha, se aprobó la Ley de Derechos Civiles. Gracias a esta marcha, se firmó la Ley de Derecho al Voto. Gracias a esta marcha, se abrieron las puertas de la oportunidad y la educación para que sus hijas e hijos pudiesen imaginar una vida propia, que fuese más allá de lavar la ropa o lustrar los zapatos de otra persona. (Aplausos). Gracias a esta marcha, cambiaron los consejos municipales, cambiaron las legislaturas estatales, cambió el Congreso y, si, en última instancia cambió la Casa Blanca. (Aplausos).

Gracias a que marcharon, Estados Unidos se convirtió en un país más libre y justo, no solo para los afroestadounidenses, sino para mujeres y latinos, asiáticos e indígenas de América, católicos, judíos y musulmanes, homosexuales y personas con discapacidades. Estados Unidos cambió para ustedes y para mí. Y todo el mundo sacó fuerzas de este ejemplo, ya fuesen los jóvenes que lo veían desde el otro lado del Telón de Acero, y que con el tiempo derribarían este muro, o los jóvenes de Sudáfrica que pondrían fin al flagelo del apartheid. (Aplausos).

Estas fueron las victorias que obtuvieron con una voluntad de acero y corazones llenos de esperanza. Esta es la transformación que forjaron, con cada paso que dieron con sus zapatos desgastados. Esta la deuda que yo y millones de estadounidenses tenemos con estas criadas, trabajadores, mozos y secretarias; con estos conciudadanos que quizá habrían podido dirigir una empresa si hubiesen tenido la oportunidad; con aquellos estudiantes blancos que se pusieron en una situación de riesgo, aún cuando no tenían que hacerlo; con aquellos estadounidenses de origen japonés que recordaron su propia reclusión; con aquellos estadounidenses de origen judío que habían sobrevivido al Holocausto; con personas que podrían haberse dado por vencidas o haber cedido, pero persistieron, porque sabían que “el llanto puede durar una noche, pero a la mañana vendrá la alegría”. (Aplausos).

En el campo de batalla de la justicia, estos hombres y mujeres sin rango ni riquezas ni títulos ni fama nos liberarían a todos de una manera que nuestros hijos hoy dan por segura, como personas de todos los colores y credos que viven, aprenden y caminan juntas, y luchan hombro a hombro, y se aman, y se juzgan unos a otros por los rasgos de su carácter, en este país, el más grande sobre la Tierra. (Aplausos).

Desestimar la magnitud de este progreso, sugerir, como algunos lo hacen en ocasiones, que poco ha cambiado, es deshonrar el valor y el sacrificio de aquellos que pagaron el precio de marchar en aquellos años. (Aplausos). Medgar Evers, James Chaney, Andrew Goodman, Michael Schwerner y Martin Luther King Jr. no murieron en vano. (Aplausos). Su victoria fue grandiosa.

Pero también deshonraríamos a estos héroes al insinuar que de algún modo este trabajo está terminado en el país. El arco del universo moral puede doblarse hacia la justicia, pero no lo hace por sí solo. Para afianzar los logros que este país ha alcanzado se necesita vigilancia constante, más no pasividad. Se requiere vigilancia ya sea para desafiar a aquellos que levantan nuevas barreras al voto o para garantizar que la balanza de la justicia funcione igual para todos y el sistema de justicia penal no sea simplemente un conducto de las escuelas sin financiamiento a las cárceles atestadas. (Aplausos).

Sufriremos reveses ocasionales. Pero ganaremos estas batallas. Este país ha cambiado sobremanera. (Aplausos). Las personas de buena voluntad, sin importar de qué partido, son muchísimas más que aquellas resentidas que quieren cambiar la corriente histórica. (Aplausos).

No obstante, la garantía de los derechos civiles y el derecho al voto, la erradicación de la discriminación legalizada, la misma importancia de estas victorias de alguna manera puede haber opacado un segundo objetivo de la marcha. Porque los hombres y mujeres que se congregaron hace 50 años no buscaban un ideal abstracto. Buscaban empleos y justicia — (aplausos) — no solo la ausencia de la opresión, sino la presencia de las oportunidades económicas. (Aplausos).

Porque, así como lo cuestionaría el doctor King, ¿de qué sirve al hombre sentarse en un restaurante integrado si no puede pagarse la comida? Esta idea, la de la libertad ligada a la subsistencia, esta búsqueda de la felicidad requiere trabajos dignos, la formación de habilidades para el trabajo, salarios decentes y alguna medida de seguridad material, pero esta idea no es nada nuevo. El mismo Lincoln comprendió la Declaración de Independencia en tales términos, como una promesa en la que a su debido tiempo “los hombros de todos los hombres serán liberados de su carga, y todos deberán tener la misma oportunidad”.

El reverendo King explicó que los objetivos de los afroestadounidenses eran idénticos a los de los trabajadores de todas las razas: “Salarios decentes, condiciones laborales justas, viviendas habitables, seguridad en la vejez, medidas de salud y bienestar, condiciones en las que las familias puedan crecer, educar sus hijos y gozar de respeto en su comunidad”.

Los que describía King era el sueño de todo estadounidense. Es lo que atrajo por siglos a los nuevos inmigrantes a nuestras costas. Y es esta segunda dimensión de oportunidad económica, la oportunidad de mejorar la condición social en la vida a través del trabajo arduo y honesto, en la que se ha quedado corto el logro de los objetivos de hace 50 años.

En efecto, ha habido ejemplos de éxito entre los afroestadounidenses que hace medio siglo eran inconcebibles. Pero, como ya se ha señalado, el desempleo en la comunidad negra sigue siendo casi el doble del desempleo entre los blancos, y el desempleo en la comunidad latina le sigue de cerca. No se ha reducido la brecha económica entre las razas, sino que ha aumentado. Como indicó el presidente Clinton, se ha deteriorado la posición de todos los trabajadores estadounidenses, independientemente de su color, y por ello el sueño que describió el reverendo King se ha vuelto más difícil de alcanzar.

Durante más de una década, los trabajadores estadounidenses de todas las razas han visto cómo se estancan sus salarios e ingresos, aún cuando los beneficios de las empresas aumentan y aún cuando el salario de unos cuantos afortunados se dispara. La desigualdad ha ido en un constante aumento durante décadas. El ascenso social se ha vuelto más difícil. En demasiadas comunidades del país, en las ciudades, los vecindarios del extrarradio y las aldeas rurales, la sombra de la pobreza cubre con un manto lúgubre a nuestros jóvenes, y sobre sus vidas se levanta una fortaleza de escuelas de bajo nivel, perspectivas exiguas, atención médica inadecuada y violencia incesante.

Por ello al celebrar este aniversario, debemos recordar que la medida del progreso de aquellos que marcharon hace 50 años no fue solamente de cuántos negros podían sumarse a las personas millonarias. Se trataba de si este país admitiría en las líneas de la clase media a todas las personas que están dispuestas a trabajar arduamente, sin importar su raza. (Aplausos).

La prueba no era, y nunca ha sido, si las puertas de la oportunidad se entreabren para unos pocos. Era si nuestro sistema económico ofrece una oportunidad justa para muchos: para el vigilante negro y el obrero siderúrgico blanco, el lavaplatos inmigrante y el indígena estadounidense excombatiente. Ganar esta batalla, responder a este llamado, sigue siendo nuestra gran empresa inacabada.

No nos debemos engañar a nosotros mismos. La tarea no será fácil. Desde 1963, la economía ha cambiado. La tecnología y la competencia mundial, dos fuerzas que van de la mano, han sustraído estos empleos que antes servían de punto de apoyo a la clase media, y han reducido el poder de negociación de los trabajadores estadounidenses. Nuestra política también ha sufrido. Intereses arraigados, aquellos que se benefician de condiciones injustas, se resistían a cualquier iniciativa gubernamental que pretendiese dar un trato justo a las familias de trabajadores. Ello dio pie a que grupos de presión y de opinión argumentaran que el aumento del salario mínimo o leyes laborales más estrictas, o los impuestos para las personas acaudaladas que podían asumirlos tan solo para financiar escuelas que se desmoronan, violaba los principios económicos adecuados. Nos dijeron que una mayor desigualdad era el precio que había que pagar por el crecimiento económico, un indicador de este mercado libre; nos dijeron que la codicia era buena y la compasión no servía, y aquellos sin empleo ni atención médica solo se podían culpar a sí mismos.

Luego llegaron aquellos funcionarios electos que encontraron útil poner en práctica la política antigua de la división e hicieron lo posible para convencer a los estadounidenses de clase media de una gran mentira: que el gobierno de alguna manera tenía la culpa del aumento de la inseguridad económica; que burócratas distantes estaban tomando el dinero que la población gana con el sudor de su frente para beneficiar a los que engañan al sistema de seguridad social o los inmigrantes ilegales.

Luego, si somos sinceros con nosotros mismos, admitiremos que durante el curso de 50 años hubo ocasiones en las que algunos de nosotros que ejercimos presión para lograr un cambio perdimos nuestro rumbo. El tormento de los asesinatos desencadenó violencia contraproducente. Las quejas legítimas contra la brutalidad policial desembocaron en la justificación de la conducta delictiva. Las políticas raciales podían verse desde dos ángulos cuando el mensaje de transformación de unidad y fraternidad se veía acallado por el lenguaje de la recriminación. Aquello que una vez había sido un llamado a la igualdad de oportunidades, la oportunidad de que todos los estadounidenses trabajasen arduamente y salieran adelante, a menudo se configuró como un simple deseo de apoyo gubernamental, como si no tuviésemos ninguna representación en nuestra propia liberación, como si la pobreza fuese una excusa para no criar a nuestros hijos, y la intolerancia de los demás fuese un motivo para darnos por vencidos.

Esta es la historia del estancamiento del progreso. Así se tergiversó la esperanza. Así es cómo nuestro país sigue dividido. Pero la buena noticia es que ahora, como en 1963, tenemos una opción. Podemos seguir el camino que estamos recorriendo, en el que se está deteniendo el mecanismo de esta gran democracia y nuestros hijos aceptan una vida con expectativas más bajas; un camino en que la política es un juego de suma cero en que unos pocos logran el éxito mientras que familias de todas las razas atraviesan dificultades y luchan por obtener una parte del pastel económico cada vez más pequeño. Este es uno de los caminos. O podemos tener el valor de cambiar.

La Marcha en Washington nos enseña que no quedamos atrapados en los errores de la historia y que somos dueños de nuestro destino. Pero también nos enseña que la promesa de este país solo se cumplirá si trabajamos juntos. Tendremos que reavivar el fuego de la empatía y el sentimiento del compañerismo, y la coalición de la conciencia que encontró su expresión en este lugar hace 50 años.

Creo que este espíritu está ahí, esta fuerza es real dentro de cada uno de nosotros. Lo veo cuando una madre blanca reconoce a su propia hija en el rostro de una niña negra pobre. Lo veo cuando los jóvenes negros piensan en su abuelo cuando ven a un digno anciano blanco. Está ahí cuando las personas nacidas en este país reconocen el espíritu de lucha de los nuevos inmigrantes; cuando las parejas interraciales comprenden el dolor de las parejas gay que son discriminadas y lo entienden como propio.

De ahí proviene el valor. Cuando no nos alejamos ni nos oponemos entre nosotros, sino cuando nos damos la vuelta para mirarnos uno al otro y encontramos que no estamos caminando solos. De ahí proviene el valor. (Aplausos).

Con este valor podemos unirnos en favor de empleos y salarios justos. Con este valor, podemos unirnos para que toda persona tenga derecho a recibir atención médica en el país más rico sobre la Tierra. (Aplausos). Con este valor, podemos unirnos para que todo niño, desde los rincones de Anacostia hasta los montes Apalaches, tenga derecho a una educación que estimule su mente, capture su espíritu, y lo prepare para el mundo que lo aguarda. (Aplausos).

Con este valor, podemos alimentar a los hambrientos, dar un hogar a los desamparados y transformar las desérticas tierras baldías en campos de comercio y de promesa.

Estadounidenses, sé que el camino es largo, pero también sé que podemos llegar al final. Tropezaremos, pero sé que nos levantaremos. Así surgen los movimientos. Así es como la historia toma su curso. Así es como aquellos que se desaniman encuentran a alguien más que los sostiene y les dice: vamos, estamos marchando. (Aplausos).

Hay una razón por la que muchos de los que marcharon ese día, y en los días que vendrán, eran jóvenes: porque los jóvenes están libres de las ataduras del temor, de las convenciones del momento. Se atrevieron a soñar de forma diferente, a imaginar algo mejor. Estoy convencido de que esta misma imaginación, esta misma sed de propósito incita a esta generación.

Puede que no afrontemos los mismos peligros de 1963, pero aún prevalece una urgencia apremiante. Puede que nunca lleguemos a duplicar las grandes multitudes y las deslumbrantes procesiones de aquel día que ocurrió hace tanto tiempo: nadie puede igualar la brillantez de King. Pero también sé que aún permanece la misma llama que encendió el corazón de todos aquellos que están dispuestos a dar el primer paso por la justicia. (Aplausos).

El maestro o maestra incansable que llega temprano a clase y se queda hasta tarde y hurga en sus bolsillos para comprar útiles, porque considera que cada niño está a su cargo: ellos están marchando. (Aplausos).

El empresario de éxito que le paga a sus trabajadores un salario justo aunque no esté obligado y luego le ofrece una oportunidad a un hombre, quizá a uno que ha estado en la cárcel y tuvo mala suerte: él está marchando. (Aplausos).

La madre que le da su amor a su hija para que crezca con la seguridad de que puede atravesar las mismas puertas que el hijo de cualquiera: ella está marchando. (Aplausos).

El padre que se da cuenta de que el trabajo más importante que siempre tendrá es criar a su hijo correctamente, aún cuando nunca tuvo un padre o no tuvo un padre en casa: el está marchando. (Aplausos).

Los veteranos que con cicatrices de la guerra se dedican no solo a ayudar a sus compañeros combatientes a que se levanten, caminen y corran de nuevo, sino que siguen sirviendo a su país cuando vuelven a casa: ellos están marchando. (Aplausos).

Todos aquellos que se dan cuenta de lo que los patriotas gloriosos de aquel día sabían, que el cambio no proviene de Washington, sino que hay que llevarlo a Washington; que el cambio siempre se ha basado en nuestra voluntad, la voluntad del pueblo, para asumir las responsabilidades de la ciudadanía: están marchando. (Aplausos).

Esta es la lección de nuestro pasado. Esta es la promesa del mañana: que contra todo pronóstico, las personas que aman su país pueden cambiarlo. Que cuando millones de estadounidenses de cada raza y de cada región, de cada credo y cada emplazamiento pueden unirse en un espíritu de hermandad, aquellas montañas menguarán y aquellas zonas escabrosas se allanarán, y aquellos lugares tortuosos se enderezarán hacia la gracia, y haremos valer la fe de aquellos que se han sacrificado tanto y han honrado el verdadero significado de nuestro credo, como una nación, ante Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos. (Aplausos).

FIN 3:36 P.M. EDT

(termina el texto)

Etiquetas: libertad, marcha en Washington, Martin Luther King, Obama, USA


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