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Territorio de Coahuila y Texas

Ciudad Acuña, Coahuila, México | 03 de Mayo del 2024

Las brujas del Consuelo

Ejido La Partida, municipio de Torreón, Coahuila. Cualquier año. Volaban a horcajadas en sus escobas bajo la luna llena o sin luna, y tras de ellas iban dejando un rastro de carcajadas estentóreas. Eran decenas de brujas vestidas de negro, con gorros de pico y capas, varias de ellas de tez blanca y otras morenas, pero todas de mediana o más edad.

Me he preguntado si hay brujas en el mundo… Pero lo que no puedo creer es que las haya ahora, entre nosotros.
–Arthur Miller

– ¡ja ja ja ja ja ja ja! ¡a que no me alcanzas! – gritaba Dorotea volando en lo alto.
– ¡ja ja ja ja ja! ¡claro que te alcanzo! – respondió Sirenia deslizándose por el aire a voluntad.
– ¡ja ja ja ja ja ja… argh! Se atragantaba Lucinda y hacía requiebros en el aire evitando de manera ruidosa chocar con sus compañeras de vuelo y todas riéndose con sus bocas desdentadas con sonoras carcajadas.

¡Mira Adelina, ahí están unos pobres campesinos! ¿Los asustamos? – dijo Clamidia señalando hacia abajo hacia un grupo de personas que dormitaban en el campo.
- ¡Sí, vamos! – dijo la aludida

Y cuatro brujas negras por su vestimenta pero de tez blancas como la leche, se abalanzaron sobre el grupo de campesinos, que pernoctaban cerca del ejido El Consuelo.

Volaron sobre ellos carcajeándose de manera estentórea mientras subían y bajaban montadas en sus escobas.
Los campesinos en realidad no podían verlas, solo oían sus risas y veían solamente muchas bolas de fuego del tamaño de pelotas de béisbol, que revoloteaban bajito sobre ellos en su campamento.

Asustados los hombres y mujeres de campo se cobijaban con sus jorongos y rebozos y se agrupaban, arrecholándose haciéndose de miedo, un miedo infantil, antiguo de cuentos de abuelas y tías solteronas.

Asustados los campesinos que habían encendido hacia rato una fogata para preparar la cena, veían con preocupación cómo esta se iba apagando y el ambiente se tornaba más oscuro y espeso.

Iban en peregrinación a pagar una manda al Tizonazo, y pernoctaban en un descanso de su viaje por el camino de herradura que los conduciría de Coahuila a Durango.

Hombres y mujeres literalmente se orinaron de miedo esa noche, oyendo las risas estentóreas de las brujas negras, pero viendo solamente bolas de fuego revoloteando sobre ellos que a propósito los perseguían y bajaban casi en su cara.

Esa noche no había luna y los campiranos iban guiados por el viejo Donasiano (Don Chano), todos llevaban sus itacates de gorditas de cocedor de frijolitos con chile colorado y gordas de masa blanca con manteca y sal.

El agua que bebían en el trayecto era limpia agua de arroyos, transportada en guajes que utilizaban en la pizca de algodón, hacia poco que habían cenado y a algunos les andaban de las aguas pero ni cómo alejarse del campamento. Algunos campesinos empezaron con la pedorrera en pleno campamento y nadie tuvo el valor de alejarse esa noche así que ahí mismo hicieron de las aguas y algunos del dos.

Esas eran las brujas de las que tanto hablaban las abuelas, las tías solteronas, las brujas que salían de noche a robarse a los niños, a engañar a los campesinos y a tentar a los frailes y curas que a esas horas agarraban camino.

El grupo de campesinos iban en peregrinación al Tizonazo en la noche y les alcanzó la más oscura y tenebrosa de todas las que habían pasado, entre rancherías ubicadas a largos tramos del camino, alejadas de las luces de los poblados.

Pero las brujas no eran cuatro, eran docenas, y volaban todas durante horas por la tarde-noche cuando empezaba a oscurecer y no se distinguen las facciones de tus vecinos aunque los veas a unos metros de ti.

Cuando volaban las brujas sobre ellos, unos hongos pútridos y babosos emergían de los tocones de los árboles como convocados por los gritos y carcajadas estentóreas de las hechiceras.

Ahora nadie de ellos podía decir que no existían las brujas y aunque nunca habían visto una de ellas, intuían que las bola de fuego volando bajito a un lado del camino de herradura, que marcaba el lindero de la Pequeña, eran brujas.

Y cuando las vieron aquellos que no creían que las brujas existieran ya no sabían qué pensar, pues las han visto y oído y sabían en donde hacían sus reuniones cada noche, cuando se citan al atardecer y montan en sus escobas de varas de sauces y con palo de mezquite americano, cerca del gran pinabete
Todos ellos pasaron una mala noche y al otro día, al clarear el alba, al cantar de los gallos se apagaron las bolas de fuego y empezó un día clarísimo, entonces vieron a otro grupo de peregrinos, encabezados por el cura del pueblo, que se acercó a ellos con cordialidad.

Algunos del grupo que pasó la mala noche se acercaron al cura y le besaron la mano, otros le ponían la frente en el dorso de la mano y algunos besaban los cordones de la disciplina o cordón de San Francisco en señal de respeto.

Una vez que saludaron atropelladamente le dijeron señalando en dónde habían visto tal cantidad de brujas la noche anterior, y le advirtieron que no pasara por ahí de regreso.

El cura se santiguó, con el rosario en la mano, y junto a los viejos y viejas que le acompañaban siguieron su camino sin detenerse en esos parajes, llenos de mujeres que usaban una magia antigua.
Ese año las cosechas habían sido menguadas por diversas enfermedades, el maíz, el sorgo y la escoba apenas habían dado frutos raquíticos, inclusive algunos animales de granja habían sido sacrificado por presentar diversos males, el fruto de la vid no se había desarrollado y el algodón salió vano en su mayor parte y la bellota no se abrió.

De acuerdo a lo que decían los campesinos esto no pasaba antes, era desde que el cura había detectado que los brujas proliferaban por esos pueblos, que ellos cayeron en la cuenta que eso debía ser lo que afectaba las cosechas, los animales de las granjas, y hacia que más gente se enfermara de casi cualquier cosa.

Así que los campesinos empezaron a ver brujas por todos lados, donde antes veían a una ancianita enferma o necesitada, ahora ellos veían una brujas, donde antes una moza hermosa, ahora veían una hechicera y donde una mujer sola, entonces seguramente un ser maligno.

El cura les dijo que se confesaran y que uno de ellos llevara el cordón de San Francisco para atrapar las brujas con los rezos de la Magnifica y haciendo un nudo en cada Padre Nuestro.

El problema es que si las atrapaban no sabrían qué hacer con ellas, así que discretamente siguieron su camino rumbo al Tizonazo sin ponerse a pensar más en las brujas que dejaron atrás por el rumbo de El Consuelo y Matamoros.

Y al que diga que las brujas no existen, que se de una vuelta por ahí de tarde o noche y luego platicamos.

Etiquetas: Acuña, brujas, Coahuila, cuento, Literatura, México


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